Con la actual
crisis económica que azota España, aunque también media Europa, el recorte de las prestaciones sociales a aquellos que
están en el paro y que no cuentan con un
salario que llevar a casa a fin de mes, puede acabar de darles la estocada final y convencerles de que existe futuro en otros países antes que en España. Mucha gente se hace esta pregunta: ¿qué hago?
¿me voy fuera de España o me quedo aquí? ¿me lanzo a la aventura de buscarme un
nuevo trabajo en el extranjero o intento encontrar algo en España?
Y es que no se trata de
irse de España de cualquiera de las maneras, aunque ante la desesperación de los millones de parados que ven que se les acaba el dinero sin poder salir adelante, es mejor la acción que quedarse parado.
Buscar salidas laborales en el actual panorama de falta de trabajo en España es complicado, aunque no imposible. No obstante, si no queda más remedio y antes que quedarse a vivir en casa de los padres (aquellos que se lo puedan permitir, por supuesto), mucho mejor es plantearse
irse al extranjero a buscar trabajo.
Ir al extranjero a buscar trabajo: requisitos
Antes que nada, hay que enfatizar (y nunca se hará lo suficiente) en que para poder triunfar fuera y encontrar un trabajo decente, lo primero que hay que hacer es
dominar bien el idioma del país al que se va. Con solo chapurrearlo no vale, ya que en España incluso tenemos la mala costumbre de llamar "chapurrear" al hecho de solo saber decir "hola" y "adiós" en el idioma extranjero.
Las entrevistas de trabajo en el país extranjero al que se va se harán en el idioma local. Los impresos a rellenar para empadronarse y para cualquier gestión administrativa, también irán en el idioma local. No, no en todos los países se habla inglés de manera fluida y frecuente, y mucho menos en las oficinas de la Administración, pobladas de empleados con una formación básica y muchas veces con cero idea de idiomas extranjeros. Hay que hacerse a la idea de que el inglés solo lo hablan bien los ingleses, y eso que ni siquiera todos los españoles que afirman saber hablarlo, son capaces de decir mucho más que un par de frases básicas y mal pronunciadas.
Segundo:
hay que tratar de no irse de manera alocada y medio suicida a un país cuyas costumbres se desconocen. España es un país muy particular, donde se vive muy bien, la gente tiende a ayudarse entre si y el carácter es más abierto. No así en todos los países del mundo. Sin ir más lejos
, los alemanes o franceses no son muy dados a ayudar a aquellos que no dominan su idioma, que no tienen una cualificación importante o que pretenden hacerse entender en inglés en lugar de los idiomas locales. Es mejor saber que el estatus de inmigrante en el país extranjero es una losa muchas veces pesada de llevar, que marca para siempre la experiencia de vivir fuera. Tal como está la
situación económica y laboral en muchos países de Europa, no es probable que se acoja al español emigrante con los brazos abiertos, y que se le den facilidades. Así que
hay que ir mentalmente preparado, no solamente para afrontar el choque cultural, sino también a asumir una condición de emigrante que automáticamente sitúa a la persona en una segunda categoría, sea cual sea su cualificación. El racismo y la xenofobia son cada vez más fuertes en Europa, y en muchos lugares se está dando un retroceso grande en los derechos y las condiciones de vida de los emigrantes. Tenerlo en cuenta es básico a la hora de pretender vivir medianamente feliz en el país extranjero.
Tercero:
hay que ir con unos ahorros importantes, hasta encontrar trabajo. Ir con 1000 euros no basta, y muchas veces ni siquiera 3000 son suficientes. La pregunta obvia es: si estoy en España en paro y sin ingresos, cómo voy a poder permitirme ahorrar 3000 euros para poder irme fuera a buscar algo. Y en muchos casos no se encuentra. Ahí está la cuestión, y se trata de una de las barreras a la emigración más fuertes que hay. No es fácil emigrar y cuando se trata de poder hacerlo en unas condiciones mínimamente aceptables, aun menos.
Y, por último: hay que tener el
desarraigo emocional. Eso que nos hace echar de menos la casa, los padres, los amigos, las costumbres... puede ser un problema muy importante, especialmente en el caso de la gente de más edad. Irse con 25 años, es fácil. Irse con 40 ya no tanto. Tenerlo en cuenta, porque la morriña de la tierra, lejos de ser una leyenda, es un elemento de decisión que a más de uno y a más de dos les ha hecho volverse, incluso cuando las condiciones fuera son mejores.