Ayer leía una entrada en el blog de Sísifo, donde éste hacía "un repaso a las culturas milenarias" y lo relacionaba con las distintas tipologías de jefecillos que existen hoy en día (los grandes jefes, esos grandes desconocidos, están demasiado arriba para saber exactamente lo que hacen) y de cómo nos hacen la vida imposible cada día.
A propósito del tema, yo me atrevía a darle un consejo a mi amigo el de la piedra y la colina a propósito de técnicas de supervivencia válidas en el trabajo, cuando la realización de uno mismo o, sencillamente, la realización de un buen trabajo y en condiciones se vuelve imposible por la interacción de estos curiosos personajillos.
Yo le decía: haz como en el cole, piensa en otra cosa mientras realizas tu tarea, piensa en lo que te vas a comprar con el dinero que ganas (un buen libro, un fin de semana de descubrimiento por ahí, un regalo para alguien querido, una entrada a alguna obra de teatro, en fin..., tantas cosas). Cosas que te harán disfrutar de verdad. La clave quizás está en insensibilizarse, en sentir cuanto menos de esas cosas dolorosas que amargan el día cuando menos te lo esperas.
Como en el cole. Cuando éramos pequeños la avalancha de asignaturas y de actividades extraescolares nos hacía adquirir habilidades de autómatas cuando de sacarlas todas adelante se trataba. Indudablemente había materias que disfrutábamos más y otras mucho menos (en mi caso, eran las insufribles clases de informática de "programación" en DOS que a alguna alma caritativa se le había ocurrido plantar los viernes por la tarde a última hora). Obligados como estábamos a asistir a aquéllas clases de tortura donde el profe no tenía ni idea de lo que daba, donde reinaba el desconcierto más absoluto ante qué hacer con tanto c:dir, y árboles de ficheros horrorosos, uno acaba por aprender técnicas de supervivencia para tales suplicios: poner la mente en otra cosa, mientras se ejecutaban maquinalmente las instrucciones. Todo con tal de que esas dos horas pasasen cuanto antes y poder largarse a casa y al fin de semana (a seguir estudiando, por otro lado).
Creo que, dependiendo de la carga de actividades de cada uno, ha habido infancias tremendamente estresantes, donde el tiempo entre una actividad y otra se contaba por minutos, donde llegamos a ser capaces de memorizar páginas enteras de Historia en 5 minutos, mientras nos vestíamos de camino al colegio. Y luego tenías que rendir en el examen. Y luego salir corriendo para ir a otro sitio a seguir metiéndote cosas en la cabeza, tales como notas de solfeo, partituras de violonchello, y en todos esos sitios tenías que rendir. Al máximo. Si no, ya sabías lo que te esperaba en casa, porque la autoridad de los padres estaba ahí para hacerte una auditoría en continuo, nunca se toman vacaciones.
Comparado con eso, a veces la vida de adulto en el trabajo me parece un juego de niños. Ni la mitad de estrés, porque las cosas van más despacio. Y además, curiosamente, en el trabajo casi que es mejor no rendir al máximo, no vaya a ser que te cojan manía y la líes. Mejor tomarte muchos cafés, discutir temas profundos con los compañeros (como el caso de la chica de la mancha en el pelo) y luego volver con una sonrisa a hacerle la pelota al jefe. La carga de trabajo puede ser enorme según qué momentos, pero no sé por qué, el estrés emocional no parece ser el mismo que cuando éramos colegiales.
Total: que a cuenta de lo de volver al cole, se me acaba de ocurrir que en realidad tampoco estamos tan mal como pensamos muchas veces. Antes teníamos a los padres a los que no podíamos rechistar, ahora podemos tener a esos mismos padres, disfrazados de jefes paternalistas. ¿Dónde está la diferencia? No la hay.
Hay padres justos y padres injustos, padres que se responsabilizan y padres que escurren el bulto sin ninguna vergüenza y echan la culpa de todo a sus retoños, padres que sólo actúan de cara a la galería pero que en realidad son responsables directos del fracaso escolar y emocional de sus hijos, porque carecen de organización y estructura y ellos mismos no saben cómo afrontar las infancias de sus hijos. Acabo de ver un caso reciente este lunes. Una madre que no sabe ni por dónde empezar con su hija de 13 años y luego le echa la culpa a ésta en público de algo que la niña ha hecho porque su madre la ha obligado. Me ha parecido horroroso. Y muy elocuente de cómo debe ser esa misma madre en su profesión. Típica jefa que planifica mal, alguien se lo dice y lo primero que hace es recurrir a la humillación pública de su subordinado que no había hecho sino seguir sus instrucciones. Esa historia ya me suena...
Así que en todas partes cuecen habas. De pequeños sufríamos por unas cosas, y nos las ingeniábamos para tener nuestra técnicas de escapismo que nos permitieran divertirnos y endulzarnos la vida o hacerla más soportable en según qué momentos. Tomando la infancia por referente, tenemos que admitir que casi estamos mejor ahora: al menos un poco más de libertad personal sí tenemos. Si no te gusta el trabajo o el jefe, al menos puedes dejarlo y largarte a una isla a vender zumo de naranja en una playa, si te apetece. Cuando eras pequeño no podías dimitir, tenías que estar ahí aguantando el chaparrón.
Así que, así mirado, casi que me siento mejor, vuelvo a ser consciente de los privilegios que tengo y vuelvo a experimentar esa sensación de recién salido de casa a los 24 cuando me independicé por completo al acabar la carrera. Recién degustando los placeres del libre albedrío, de llegar a casa a la hora que quisiera sin controles, de recoger mi casa y mis cosas sólo cuando me apeteciera. De tomar mis propias decisiones. Aquélla fue la mejor época, sin duda. Voy a guardar esa sensación cada día porque, sin duda, es una buena sensación. Por muy dura que la vida de adulto pueda ser a veces.
La foto es una preciosa instantánea de uno de esos antiguos edificios de Paris, increíblemente bien reflejado en un mini charquito de agua (hay que decir que me extraña que el charco no sea más grande, teniendo en cuenta lo que llueve en Paris...)
6 comentarios:
He seguido tu consejo. Incluso he averiguado que a esto le llamaban los antiguos griegos "Ataraxia".
El único problema es... un pequeño efecto secundario... ¿has visto la cara que se te queda cuando te pasas 8 horas con la mente en otro sitio? (he puesto una foto en el blog para ilustrarlo).
Claro que a lo mejor es porque tengo poca práctica y en unos días aprendo a controlar la mirada. ;)
Me interesó mucho lo que dices porque en mi caso, que trabajo en prensa, todas las semanas tenemos una reunión y cuando estamos por empezar, mi jefa, que se las da de graciosa, empieza a llamar a la gente diciendo: "¡vamos, empecemos, a clase!", tal como en el cole.
Durante la reunión, si alguien habla cuando no es su turno (la jefa habla durante toda la reunión, naturalmente), ella lo reprende diciéndole "no dialoguen!".
El clima es igualito al de mi cole, con la alguna excepción, como por ejemplo, que no entro a las 8am, sino a las once, lo que para mi significa, por fin, un premio a la adultez.
Jaja, cineorgasmos: es que lo que les pasa a muchas mujeres que alcanzan el poder en las empresas (o ojo que soy todo lo contrario a un machista, pero lo que hay es lo que hay) es que se ponen en plan maestra de colegio. Dan ganas de zarandearlas de vez en cuando para que dejen de infantilizar a sus subordinados con vocecitas estúpidas y métodos de control más propios del parvulario que de una empresa. Dan vergüenza, la empresa debería destituirlas porque, encima, son malas jefas y nunca te reconocerán un mérito a menos que ellas se hbayan beneficiado antes de ello. Suerte (y paciencia!) con tu jefa.
telémaco: amigo mío, es que para que Ud llegue a tal estado de feliz ataraxia, tiene que tener Ud en cuenta que antes tiene que desapasionarse y adquirir un determinado nivel de cinismo que le permita que su corazón siga latiendo mientras Ud se dedica a pensar en las musarañas por cuestión de supervivencia. No es fácil, no, implica que una parte de uno mismo tiene que morir. Es duro, pero como suelo decir: es lo que hay...
Yo terminé convirtiéndome al machismo gracias a unas jefazas que tuve que eran un caos. No cualquier mujer puede ser jefa.
Me encantó la entrada. Yo hago uso de mi extravío mental para soportar el hastío laboral. Y es que porque trasladamos esquemas. El trabajo funciona igual que las escuelas, incluso igual que muchas cárceles u hospitales. Debe ser por eso que Foucault vio cosas parecidas y dijo todo eso de Vigilar y castigar.
Sobre los niños... vaya, me olvidaba de comentar. Un madre como la que describes genera hijos frustrados. El paralelismo con un jefe o jefa es muy adecuado. Siempre son modelos de autoridad.
Me gustó el post. Visto de esa manera, no nos deberíamos quejar. Eso me recuerda que en el cole siempre había algún abusón que te esperaba en el patio a la hora del recreo o a la salida de clase, por la tarde. En el trabajo siempre te pasa con algún jefe o compañero, aunque al crecer puedes manejar la situación sin tener que llegar a casa con los ojos hinchados ;)
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