Éste investigó los efectos que ejerce sobre el ser humano el crecer y vivir con abundancia o escasez de signos de reconocimiento (caricias) y concluyó que todos necesitamos estímulos para sobrevivir, ya que si no los tenemos enfermamos y morimos. Los estímulos positivos favorecen el desarrollo de nuestro potencial humano, pero si no los tenemos buscaremos estímulos negativos, que sólo llevan hacia la autodestrucción.
A pesar de que somos seres sociales por naturaleza y que para sobrevivir y crecer necesitamos de las caricias y del contacto con el otro, del afecto, la ternura, la mirada, la palabra, el gesto…, en la sociedad en la que vivimos estamos constantemente escatimándonoslas ya que nuestro comportamiento es el producto de una serie de reglas interiorizadas que impiden un libre intercambio de estímulos sociales constructivos, produciendo escasez de caricias y obligando a las personas a buscarlas de manera forzada, artificiosa y complicada: “nos prohíben darlas cuando nos apetece, pedirlas cuando las necesitamos, aceptar y disfrutar las auténticas, rechazar las que no queremos y dárnoslas a nosotros mismos.”
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